DOLOR Y DUELO







No consigo quitarme de la cabeza a esas madres y padres que cenaron el miércoles por última vez con sus hijos o que los dejaron el jueves a la puerta del cole con un simple "hasta luego, qué ganéis el partido" ni esos hermanos que a lo mejor se despidieron enfadados "¿porqué te has puesto mi colonia sin pedirme permiso?"

El otro día nos preguntaba Chus en el Pequespacio de Canal Extremadura dedicado a la espiritualidad si tenía sentido hacer algún tipo de ejercicio de imaginación para representarnos la pérdida de las personas a las que queremos y desde ahí aprender a valorarlas más. Laura y yo dijimos que no, que la vida ya nos pone en suficientes situaciones de las que podemos aprender.

Creo que esta es una de ellas. 

Ayer fue el entierro de los niños y poco a poco se irán extinguiendo los titulares en los medios de comunicación y las condolencias de los lejanos y también de los cercanos. Y volverá la vida a tomar su ritmo en el pueblo de Monterrubio de la Serena.

Más allá de recordar que hemos de vivir cada día  y celebrar cada encuentro con las personas que amamos como si fuera el último, escribo porque no sé que otra cosa puedo hacer para ayudar, para desahogar mi tristeza y mi miedo, para llorar.

Quiero escribir para recordar que el dolor puede no acabarse nunca y que el duelo puede durar más de dos años. Eso es lo que dicen nuestras tradiciones de luto y los expertos. Dos años, no dos meses. Dos años, o más, de altibajos, de enfado y resignación, de desconcierto y aceptación, de negación y desesperación, dos años de dolor que puede no acabarse nunca. Dos años para aprender a vivir con el dolor, para aceptar que ese vacío va a quedarse en sus vidas.

Esas familias necesitan llorar sin que nadie les diga que se tranquilicen ni que esto va a pasar y dentro de un tiempo van a estar mejor; necesitan llorar y que sus amigos y vecinos les acompañen, recuerden y lloren con ellos, no que les animen; necesitan poder estar tristes sin que nadie les recomiende tomar antidepresivos o somníferos.

No sabemos acompañar el dolor. Nos provoca incomodidad, miedo y cansancio. No sabemos qué hacer y por eso intentamos que la persona doliente salga cuanto antes de su tristeza. Pero la tristeza es una emoción legítima y natural, es la emoción apropiada cuando se sufre una pérdida y las personas afectadas se ven aisladas porque no encuentran con quién compartir su dolor. Lo que necesitan las personas en duelo es consuelo; poder hablar, llorar, gritar, sin que nadie les diga que ya ha pasado suficiente tiempo y deberían estar mejor.

No podemos hacer nada para remediar la tragedia pero si para que las personas en duelo puedan sentirse acompañadas en sus sentimientos.



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