REAVIVAR EL FUEGO DEL AMOR

Alma que a todo un dios prisión a sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejarán, no su cuidado,
Serán cenizas, mas tendran sentido,
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Quevedo





La vida en pareja no es fácil.

Al comienzo, cuando nos conocemos y establecemos una relación amorosa todo nos hace pensar y sentir que desde ese momento y en adelante la vida será un idílico compartir sin conflictos. Luego, la realidad irrumpe violentamente en nuestro sueño en forma de compromisos familiares, horarios y ritmos de trabajo, responsabilidades afectivas y sociales, amistades y relaciones no compartidas, deseos contrapuestos…

De este choque entre realidad e ilusión es de donde puede surgir el verdadero amor, construido a partes iguales de pasión, compromiso e intimidad, renovado cada día en una constante adaptación a los cambios personales y vitales de cada uno.

Cuando la ceguera del enamoramiento pasa, entonces podemos comenzar a amar a la persona real con la que nos hemos vinculado, aceptando su realidad autentica, su totalidad, hecha de luz y de sombra, su evolución y sus crisis.

Poco a poco damos forma a la relación, definimos nuestros espacios comunes y personales, negociamos el manejo conjunto de las circunstancias y el reparto de tareas, roles y responsabilidades, encontramos una rutina diaria…

De todos los enemigos del amor la rutina es el mas insidioso y difícil de contraatacar. Rutina en el sentido de ese roce mínimo de labios que nos damos aun sin despertarnos del todo cada mañana, ese hasta luego que mascullamos desde la puerta, ese anodino encuentro para comer o cenar en un escenario domestico sin recrear, las conversaciones sobre los hechos y cuestiones del día a día en su aspecto más prosaico: las cuentas, la compra, los niños, el trabajo…

¡Que lejos del apasionado romance del comienzo, de las conversaciones intensas, intimas, del mimo con el que preparábamos el escenario de cada cita, de la expectación y el deseo con el que acudíamos a cada encuentro!

¿Y esto tiene que ser forzosamente así?

No. El amor duradero es posible; pero no sin esfuerzo. La voluntad es necesaria para oponerse a la rutina, para mantener vivos el deseo y el compromiso.

Quizás el beso rápido, la despedida apenas pronunciada, son inevitables consecuencias del madrugón indeseado… pero nada nos impide reservar un espacio para la relación, robar unos minutos o unas horas a esas circunstancias que parece que nos cercan y elegir un momento para la intimidad, para el deseo, para el encuentro. Si lo preservamos de comentarios banales, si no lo entregamos con facilidad a las presiones de las circunstancias, veremos que de nuevo, aunque de otro modo más consciente y realista, nos ilusiona la relación.

Lo que durante la etapa del enamoramiento surgía espontáneamente en la dinámica de la atracción hay que crearlo ahora desde la voluntad: preparar el escenario del encuentro, vestirnos para la seducción, cuidar los detalles, agradar al otro, orientar la atención hacia lo que nos une, encontrar otros lenguajes… De este placer de compartir de nuevo, de estos momentos de encuentro profundo, va a surgir un nuevo deseo, un nuevo impulso de estar cerca y atraer, un nuevo lenguaje de ternura…

Como si fuera un juego, se trata de mantener una actitud genuina, autentica, de atención al otro, sin permitir que la superficie de la vida se interponga e impida compartir la experiencia. En este encuentro profundo las energías se renuevan, nos sentimos otra vez ligados a nuestro origen, el vínculo se fortalece.

Por el contrario, sin estos espacios de encuentro la relación muere poco a poco, las energías se estancan, la experiencias no se profundizan, y un día nos encontramos viviendo una vida que no deseamos con un desconocido al que ya no nos liga el deseo ni el amor.

Resulta paradójico que siendo las relaciones afectivas, la pareja, algo que consideramos tan valioso y primordial, nos resulte tan dificil reflexionar sobre las causas del malestar que sufrimos en nuestras relaciones y encontrar tiempo para hacer algo para resolverlo. Puede que la idea romántica de que el amor es que llega y se apodera en vez de algo que tomamos y hacemos nuestro, se encuentre en la base de este fatalismo.

En el soneto que encabeza este artículo hubo una versión alternativa del primer verso que cito: "Alma a quien todo un dios prisión ha sido"… ¿Cuál es la versión que prefieres tu?

Yo me quedo con el alma que se apropia del deseo, de la pasión, del afecto y de la comunión y que se afirma hasta el punto de sobrevivirse y trascender su propia muerte. Desde ahí podemos tomar la responsabilidad de nuestra vida afectiva y obtener la plenitud de nuestro deseo.

Helena Guerra

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