El masaje integrador


Cuerpo/mente, razón/emoción. Estamos tan habituados a pensar mediante estas dicotomías que se nos olvida la experiencia de unidad que las precede. Nos identificamos con la mente que nos piensa y desatendemos el cuerpo que nos da forma, nos mueve, nos expresa y nos hace ocupar un espacio en el mundo, el cuerpo que siente, que percibe, que entra en contacto con lo otro y con los otros, en definitiva, el cuerpo que somos.

Este cuerpo que reflexiona sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea, que explora, que se siente atraído o repelido, que siente dolor y placer, que construye, que crea, que danza, que sueña y que imagina, este cuerpo, soy yo.

Olvidada esta experiencia primigenia, vivimos nuestra vida con la sensibilidad amputada, ciegos a la belleza de un mundo que apenas vemos, enfrascados en nuestros pensamientos, caminando sin pisar el suelo. Hemos perdido la inmediatez de la sensación y del sentimiento, todo pasa primero por miles de filtros que nos dicen si eso es posible, es permitido, es alcanzable… Y el cuerpo, nosotros mismos, se rebela contra esta tiranía de la mente y nos duele. Nos duele en la cabeza, en la espalda, en el cuello o en el estómago, y nos duele en el alma, en la perdida de la alegría, la ilusión, la curiosidad y el impulso.


El Masaje integrador

El masaje puede ser el instrumento que nos devuelva esta experiencia de ser un cuerpo vivo, pleno y vital, con su sensibilidad activa y espontánea. No todos los masajes lo consiguen porque no este el propósito de todos.

Para atender primordialmente al objetivo de integrar (o más bien reintegrar) cuerpo y mente, razón y emoción, deseo, impulso y acción y devolvermos la percepción de nuestro cuerpo, de nosotros mismos, como una unidad completa, comunicada, superior a las partes, el masaje debe ser respetuoso con la capacidad del organismo para autoregularse y buscar por sí mismo la salud, el bienestar y la plenitud, y respetuoso con la totalidad del ser del receptor, siendo ambos, masajista y receptor, conscientes de la profunda implicación del contacto en todas las estructuras y niveles del ser.

Las técnicas para trabajar con este objetivo integrador pueden ser muchas, pero siempre tendrán en común el respeto profundo por el otro y la intensa experiencia del masajista de su cuerpo como núcleo vital de sí mismo. El trabajo se realiza en silencio y con tiempo suficiente para realizarse con atención y amor, que no parcela el cuerpo, que nos da idea de sus límites, formas y dimensiones, de las relaciones entre las partes, que es consciente de que tras cada tensión física hay una tensión emocional, un esfuerzo excesivo o inútil, un objetivo que no responde realmente a un deseo profundo, una frustración, un miedo y que, con suavidad y dulzura, va acompañando cada uno de esos temores, dándoles un espacio en el que manifestarse y reconocerse como miedos y que permite que afloren los verdaderos deseos y necesidades ocultos bajo esa coraza de limitaciones.
Helena Guerra

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