CRECER EN RELACIÓN
"El encuentro entre dos personas es como el contacto entre dos substancias químicas: si se produce una reacción, las dos se transforman" Carl Gustav Jung
El amor, las relaciones afectivas, son una necesidad básica, tan o más importante que comer o dormir. A lo largo de nuestro desarrollo nuestra evolución depende de los vínculos que establecemos con las personas que nos rodean, las que consideramos de referencia y las que, elegidas o impuestas, representan la autoridad. Tanto de niños como ya adultos, todos necesitamos amor, sentirnos valiosos e importantes para alguien, saber que hay alguien disponible para nosotros.
Las experiencias que acumulamos van forjando nuestro carácter, calibrando o desequilibrando nuestro sistema emocional, interponiendo obstáculos o despejando el camino para la consecución de nuestras metas. Aprendemos a expresar emociones o a negarlas, a sustituirlas, a contenerlas. Aprendemos a trabajar por lo queremos, o adquirimos metas que no son nuestras, nos cargamos de necesidades ajenas y perdemos el norte de nuestros auténticos deseos.
Y con este bagaje, confuso y desorientado, nos acercamos a los otros. Ellos vienen a nuestro encuentro con su propia historia. Y ahí comienza un camino de amor y desamor, de cercanía y distancia, de deseo y temor, de confianza y miedo, de vulnerabilidad y dureza. Todas las relaciones, cada una con su matiz e intensidad, pasan por ciclos de encuentro y desencuentro: está la diferencia que nos hace complementarios, el origen de la atracción, y está el choque, a veces brutal, entre dos maneras de sentir e interpretar el mundo. Y al fondo, están nuestras necesidades, nuestras creencias sobre el amor, sobre nuestro derecho a ser amados, sobre cómo "debe" manifestarse ese amor y nuestros miedos a ser engañados, utilizados, abandonados, a no merecer amor...
Una sensación, a veces clara, a veces difusa, nos avisa de que algo no va bien: hay una necesidad que no está siendo atendida. Esa es la función de la emoción, nuestro radar capaz de detectar cualquier amenaza. El cuerpo se pone en guardia, preparado para oponerse al peligro, y, a veces, el supuesto peligro es el otro con el que nos relacionamos. Corresponde a la razón leer adecuadamente las señales emocionales, reconocer y nombrar la necesidad insatisfecha y planificar una estrategia amorosa y respetuosa con el otro para cubrirla. Cuando la necesidad se nombra, el cuerpo se relaja: ya ha cumplido su misión de alarma. Si no somos capaces de realizar este proceso, entramos en una espiral de temor y agresividad; cada vez mas vulnerables, nos replegamos y endurecemos alejándonos del otro e impidiendo, cada vez más el contacto, la comunicación, la satisfacción de las necesidades.
Darnos cuenta, ser capaces de parar en medio de ese pánico para recobrar el equilibrio, escuchar el cuerpo y entender la necesidad que está provocando el conflicto, aprender a pedir lo que necesitamos y a respetar el derecho del otro a dar y ofrecer lo que quiere y puede, es lo que nos permite mostrar y compartir nuestra vulnerabilidad y crear intimidad.
A veces yo necesito cercanía y mi pareja necesita soledad; a veces yo quiero hacer planes, compartir actividad y mi pareja quiere tranquilidad y calma; a veces hemos de tomar decisiones conjuntas y nuestras visiones son opuestas, hemos de elegir y no compartimos las prioridades; nuestros ritmos son distintos, a mi me urge lo que para mi pareja puede esperar, cuando yo vuelvo él todavía está empezando a ir... Entonces, seguramente... ¿me he equivocado de pareja?
No. No hay dos personas iguales (y si las hubiera no harían buena pareja), tener necesidades, ritmos y puntos de vista diferentes es lo normal; como es normal que dos personas que se quieren intenten satisfacer sus necesidades mutuas, explorar y ampliar sus puntos de vista, sincronizar sus ritmos. A veces se puede y a veces no. A veces hemos de aceptar que nuestros deseos no pueden cumplirse, a veces tenemos que encontrar otros caminos para satisfacer algunas de nuestras necesidades... pero, si desechamos la idea de que el otro tiene que adivinar nuestros deseos y aprendemos a formularlos, si nos sentimos libres para buscar nuestro bienestar sin cargar con esa responsabilidad al otro, si en vez de embarcarnos en un conflicto de poder intentamos honestamente comprender y aceptar al otro, si tomamos cada momento la decisión de amar al otro, de entregarnos a él, de no proteger nuestra vulnerabilidad, entonces nuestra relación va creciendo y haciéndonos crecer, nos nutre y nos transforma, nos sitúa en el presente, aquí y ahora, nos sirve de base y alimenta nuestra confianza, nos abre y despierta nuestra creatividad y nuestra capacidad de percibir y disfrutar.
Hoy, como cualquier otro día, nos despertamos vacíos y asustados
No abras la puerta del estudio y empieces a leer
Coge un instrumento musical.
Deja que la belleza de lo que amamos sea lo que hacemos
Hay cientos de formas de arrodillarse y besar el suelo.
Rumi
Helena Guerra
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