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CRECER EN RELACIÓN

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"El encuentro entre dos personas es como el contacto entre dos substancias químicas:  si se produce una reacción, las dos se transforman"                                                                               Carl Gustav Jung El amor, las relaciones afectivas, son una necesidad básica, tan o más importante que comer o dormir. A lo largo de nuestro desarrollo nuestra evolución depende de los vínculos que establecemos con las personas que nos rodean, las que consideramos de referencia y las que, elegidas o impuestas, representan la autoridad. Tanto de niños como ya adultos, todos necesitamos amor, sentirnos valiosos e importantes para alguien, saber que hay alguien disponible para nosotros. Las experiencias que acumulamos van forjando nuestro carácter, calibrando o desequilibrando nuestro sistema emocional, interponiendo obstáculos o despejando el camino para la consecución de nuestras metas. Aprendemos a expresar emociones o a negarlas, a sustituirlas, a contenerlas. Ap

LAS RAICES DEL AMOR

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Hace pocos meses, Helena Guerra, me propuso en un mensaje a través de Facebook si me apetecía facilitar un taller de relaciones afectivas y de pareja junto con ella en Cáceres. Di un respingo en la silla al leer su propuesta, por inesperada, por atractiva y también porque acababa de terminar una relación de pareja hacía poco más de un mes y era un tema que me tenía especialmente sensibilizado. Con todo, no lo dudé mucho y dije que sí. Esto no es nuevo, soy impetuoso -tal como me ha recordado un amigo hoy durante una comida- y reconozco el papel fundamental que juegan los impulsos y, sobre todo, las emociones en mi vida. Las emociones nos sirven de brújula para no perder de vista nuestras necesidades y  detectar lo que nos satisface y nos hiere, acercando o alejándonos de los demás, creando y fortaleciendo vínculos o construyendo barreras y defensas. Pero no siempre las emociones obedecen a lo que sucede realmente y nos alertan de situaciones que no entrañan riesgos reales. Reconozco es

CUANDO LOS HIJOS CRECEN

Nuestra amiga Cristina Nuñez, del diario HOY, nos envía una interesante pregunta que os invitamos a contestar: “Últimamente no hago otra cosa que oír a madres decir la pena que les da que los niños crezcan, que les dejarían congelados en los primeros meses de vida. Mi hijo cumplió ayer 18 meses y no hay nada que me haga más feliz que verle crecer sano. Sé que se hará mayor y yo vieja, pero son las leyes de la vida. Y mal iríamos si no fuera así. ¿Qué explicación psicológica tienen esos sentimientos que te comento, ese miedo a que los niños crezcan? No sé si es una especie de síndrome de Peter Pan.” Mi respuesta es compleja: desde el punto de vista antropológico y de la historia de la familia la realidad es que en las sociedades pretecnológicas, como España hace 80 años, los hijos eran vistos como un reemplazo: mano de obra para el trabajo familiar (y también bocas que alimentar) y la garantía de subsistencia de la generación anciana gracias al cuidado de los hijos en un estado sin gara